-¿Tío Lautaro?- Rayén había encontrado a Lautaro de pie al
borde del camino. Sus pies se ocultaban entre la hierba y estaba tan quieto que
parecía otro árbol, eterno entre los demás observando el pasar de los siglos,
creciendo y alimentándose de la tierra.
-¿Te detienes a ver el alba cada mañana, Rayén?- Preguntó
Lautaro sin despegar la vista del horizonte.- Es un espectáculo hermoso, hija.
Ver el nacimiento de un nuevo día. La perfecta danza cosmológica, la
exactitud de las órbitas dando vida a un amanecer. Todo en armonía.- Se detuvo.
Rayén no entendería la belleza de algo así, pensó, no sin pasar doce años en la
oscuridad.
-La verdad, no suelo hacerlo, tío…- La joven se sintió un
poco mal por no poder compartir eso que a su tío parecía encantarle tanto
-Descuida, niña. Este viejo se pone nostálgico de volver a
su hogar.- Lautaro le dedicó una sonrisa, y como queriendo recibir una de
vuelta agregó.- Además, tú eres más hermosa que el amanecer mismo.
La niña soltó una risita. Rayén, diecisiete años, los ojos
como dos esferas oscuras flotando en el infinito a través de las ventanas con
forma de almendra que sus párpados dibujaban. Su cuerpo ya asemejaba más al de
una mujer que al de una niña. Tal como su nombre lo decía, una flor, en el
corazón de la araucanía. Lautaro no pudo evitar ver a su hermano, Caupolicán,
en sus ojos.
Caupolicán fue el segundo al mando dentro de la NAHUAL y el
padre de Rayén.
Un esbelto y moreno hombre a caballo, fusil al hombro,
ejemplo del idealismo y espíritu revolucionario. Un guerrillero. Pero estos no
son tiempos de héroes románticos cruzando con el sonido del galope los campos.
Caupolicán pudo ser el segundo Manuel Rodríguez, pero los libros de historia no
lo tratarían como un héroe libertario que buscaba el bien. ¿Acaso se puede ser
un héroe en estos tiempos? ¿Se puede luchar por un ideal en una sociedad donde
el status quo lo es todo? Caupolicán se volvió entonces un mártir. Un tonto
idealista que galopó directo al suicidio, un personaje de la tragicomedia.
Rayén entonces fue escondida, alejada de la guerra que pelearon
sus padres y tíos. Lautaro se sentía culpable de muchas cosas, pero sobre todo se
sentía culpable de haberle quitado el amor de sus padres y de haberlo reemplazado
por un profundo resentimiento.
La ASNA destruyó muchas cosas, pero también destruyó a muchas
personas.
-Tío, las mamitas machi me han enseñado durante estos años. Tengo
poder ahora, como mi madre lo tuvo.- Rayén, la niña de los ojos como dos galaxias
inocentes y quebradas. Lacrimosas. Universos Infinitos con sed de venganza y poder
ancestral recorriendo el tejido venoso bajo su piel.
-Hija, aunque tuvieses el poder de tu madre, no te dejaría ir
al frente. No, a ti no te harán nada esos perros de ASNA.- Lautaro podía perder
la guerra, pero no a Rayén, no. Vengaría a su hermano él mismo y con eso, esperaba,
que Rayén quedase satisfecha también.
-¡Pero tío Lautaro!
-No, Rayén. Sé cómo te sientes, lo sé. Tu padre… Mi hermano.
Fue un hombre que dio su vida en razón de un mundo mejor. Para que tu no vivieras
los horrores que nosotros vivimos. Hija, no es tu lugar morir en una guerra. Tú
vivirás en el mundo por el que tu padre se sacrificó y en su memoria. En su nombre.
Yo no dejaré que nadie te quite ese derecho.
La niña había soñado tanto, tanto con este momento. Cómo acabaría
con cada agente de ASNA junto a su tío. Se sentía estafada. Sabía que Lautaro sólo
quería protegerla, pero la rabia afloraba por sus cuencas, dos diamantes que se
derretían recorriendo sus mejillas. ¿cómo no podía entenderla?
Lautaro lo entendía. Pero al mirarla veía a su hermano, si podía
salvarla a ella estaría en paz con su espíritu. Cada árbol a su alrededor contenía
la esencia de Caupolicán, su risa en las ramas que el viendo hacía sonar. En las
hojas que morían y en aquellas que comenzaban a brotar. Caupolicán, guerrero idealista,
tonto suicida, hermano, padre, el héroe que Lautaro nunca pudo ser. Porque él es
el verdadero héroe de esta historia. Lautaro sólo escribiría el capítulo final.
Un final pésimo, un protagonista muerto y una célula paramilitar sudaca que se descompuso
y sólo es un cadáver sanguinolento esperando el golpe de gracia.
Pero.
Hay.
Una esperanza.
En dos galaxias que son ojos. En una niña que arde como estrella
en lo profundo del universo. El deseo de justicia ¡Oh justicia, que nombre te han
dado! Tan inalcanzable. Los hombres dan a los conceptos que deberían tener más cerca
del corazón connotaciones inalcanzables ¿Somos capaces realmente de sentir amor
en toda la magnitud del término? ¿Existe una justicia realmente equitativa? ¿Es
el odio tan profundo que nos llegamos a consumir en él?
Lautaro le tenía un lugar reservado a Rayén en esta guerra, pero
no era aquí ni ahora.
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